miércoles, 12 de octubre de 2011

EL MÉXICO DEL ESCULTOR JOSEP CAÑAS

Joan Bosch i Planas. Investigador y escritor.

joanboschiplanas@hotmail.com

Foto Comercio

Joan Bosch i Planas

Me ha llegado a las manos, recientemente publicado por el “Institut d’Estudis Penedesencs”, el volumen “Espines i flors”, cuyo contenido recopila de forma cronológica los pensamientos del dibujante y escultor Josep Cañas i Cañas, escritos por su propia mano a lo largo de su vida.

La asociación “Amics de Josep Cañas”, ha cuidado de ordenar unos textos cuya progresiva lectura configura y descubre el carácter y el verdadero sentir de un hombre que se volcó de manera autodidacta al arte, y el arte le respondió permitiéndole que se expresara con perdurables manifestaciones estéticas, las cuales han puesto de relieve el temperamento y la identidad del artista. Y fue, en una de las etapas de su vida, la vivida y sentida en México, cuando Josep Cañas cargó de espiritualidad sus manos para vaciarla sobre el papel primero y sobre la piedra y el bronce después con el fin de dejar constancia de su arte y de las maravillas que al mismo tiempo le ofreció México.

Hace unos veinticinco años, tuve ocasión de compartir con Josep Cañas momentos imborrables en su casa de Barcelona en la que me recibió más de una vez después de conocernos personalmente a raíz de que la maqueta de uno de sus monumentos más emblemáticos fuera reproducida para servir de galardón en unos certámenes de ámbito cultural en los que me sentía comprometido. En aquellas visitas, hablábamos de sus libros ya publicados y de las diversas notas y textos esparcidos que poseía -ahora ordenados y editados-; se hablaba, también, de la supuesta conceptualidad del arte y, sobretodo, se hablaba de México.

Y es que, Cañas, no podía evadirse del México descubierto por una sensibilidad, la suya, que durante siete años lo mantuvo cautivo de la auténtica belleza del país, la que le presentó la tipología de los distintos grupos indígenas y que, junto con la correspondiente visión antropológica de sus vestimentas y de sus actitudes costumbristas, le entusiasmaba conocer, y también de una emotividad que le dirigió hacia la libertad de permitirle trabajar en el propio escenario donde cientos de figuras y de rostros serían dibujados para que algunos de ellos tuvieran la oportunidad, más tarde, de convertirse en esculturas.

El México de Cañas, era el México de los años cincuenta. No obstante, sin que en el momento de nuestros encuentros lo imagináramos, años después, México, también a mí me obsesionaría, y por razones idénticas a las del artista. De ahí que tenga ganas de recordarlo en ocasión de la edición de la primera parte de sus escritos y en el momento de cumplirse los diez años de su muerte. El valor del insólito espectáculo que presenta México ante los ojos de todo aquel que se ofrece predispuesto a embriagarse de belleza y de cultura, no puede definirse con palabras a pesar de que, Cañas, lo haya intentado en el libro: “Mèxic. Els meus anys amb els indígenes”, publicado un año antes de su deceso. Es en este grueso volumen, precisamente, donde el artista se pasea a través de cortos capítulos por todo México para darnos a entender que se hace imprescindible impregnarnos de la fiesta de color a la que nos invita el país. Un color, que el artista lo presenta como preludio al fascinante paisaje con figuras que describe a través de la apoteosis de dibujos y de retratos de conocidos y desconocidos indígenas formados sobre papel por su mano ingrávida y extremadamente fiel al México que le seduce.

La obra escultórica mexicana de Cañas es el resultado del hechizo de la diversidad de las tipologías del país, y de los mercados, y de las flores... Es el reflejo escultural de una obra que el artista, rondando los noventa años, manifestó querer reemprender por su profundo significado si hubiese podido retornar a México. Los siete años de placentera labor le parecieron pocos, con la misma humildad hubiera regresado para seguir deleitándose con todo, con lo que le presentaba el país frente a los ojos.

La obra que muestra el México de Josep Cañas, es, sin duda, una aportación al patrimonio artístico por su belleza y también por su significado. Define la identidad indígena en el bello escenario mexicano que tanto hace vibrar al artista, al mismo tiempo que enorgullece la suya, la que también se materializa y se hace latente en su obra monumental localizada en Catalunya. Dos de éstas obras monumentales son dedicadas a los “castellers”, construcciones humanas, símbolos inequívocos de catalanidad, declaradas Patrimonio de la Humanidad en el 2010, el mismo día que también lo fue la cocina del estado mexicano de Michoacán, de la que tanto gozó Josep Cañas.

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